Cartas Huesos Rotos

Prologo:

Tres personas, una mesa. La mesa, es de un color chillón. Tres sillas, solo que una esta vacía. El otro hombre esta sentada en la esquina de la habitación. Un amante, un envidioso, una mujer que uno piensa que es una puta y el otro piensa que es lo mejor que le pasó en la vida. La mujer toma un craneo, este esta en la base de la silla. La mujer lame el craneo, el amante horrizado o con un sentimiento de asco inexplicable, el otro el resentido de forma extraña se siente excitado pero sigue pensando en maldiciones para ella.

Abandonan la habitación.

Fin del Prologo.

Treinta minutos despues de una serie de lunes siguientes.

Uno de los hombres el antiguo amante rasga la pared. Trata de hacer de forma inútil, lo que nadie le ha pedido. El otro hombre se sienta en al misma mesa, ahora sastifecho con una gran servilleta amarilla. De hecho es tan grande que roza la ridiculez sin pudor. La mujer, si la mujer. Ella mira por la ventana. De hecho mira muchas veces, saca y mete la cabeza por la ventana en la busqueda de algo más en la calle. Pero no llega a nada, a absolutamente nada, eso le da angustía. Mira su vientre quien sabe porque.

Una serie de nubes, todas las nubes parejas. La mujer lleva un vestido ajustado gris, es tan gris que ella, es cierto sentido dejo morir su vida en ese gris. Una lastima, es el pensamiento del antiguo amante que continua su ataque contra la pared. Pero donde esta el se oscurece. Luz, una luz asquerosa y molesta brillante como un sol sobre la meza. El hombre de la servilleta amarilla es un despota. Una persona que no lleva la palabra amor, sigue pensando que es una puta. La maldita puta como él la llama es de lo peor, porque ahora viste de gris. No hay razones para eso. Habindo tantos colores, la hubiera preferido de verde. Solo dijo este hombre un- puaj.

Mejores tiempos fueron los que caracterizaron su vida, pero ahora esta hundida. Su cara estaba hundida, su alma estaba hundida. Pero ella, pensaba que en el fondo no podría hacer nada sin el desagraciado de la servilleta amarilla. Porque pese a todo no era tan cobrade como ese idiota, tan tierno y estúpido que le gustaba rasgar la pared. El otro hombre ya estaba impaciente, golpeaba la mesa, una y otra vez. Golpes pesados, muchos de ellos. La distancia de la mesa a la paredes era muy relativa, parecía que la mujer se hallaba en una especie de horizontes lejano. Muy lejano, tanto que nada llegaba de esos dos, ambos desgraciados pero no tanto como ella.

Si hubiera existido una tribuna esta, pensaría que terrible ver a estos estupidos, parecen idiotas totales, en este momentos metidos en su mente. Los dialogos son huecos. De la ventana encuentra el cerdo que se van a comer. Lo lleva en una bandeja de plata, esta bandeja es muy pesada para ella. Sin embrago realiza el esfuerzo.

fin del lunes principio del martes.