Cayo Julio César, en latín Gaius Iulius Caesar[1] (Roma, 13 de julio 100 a. C.– 15 de marzo 44 a. C.),[2] fue un líder militar y político de la etapa final de la República de Roma.
Pretor urbano en Roma y propretor seguidamente en Hispania, fue cónsul gracias al pacto que llevó a la constitución del primer triunvirato, que formó junto con Pompeyo y Marco Licinio Craso. Durante su consulado, en el que gobernó de hecho sin colega por el retiro voluntario del otro cónsul, se promulgaron, entre otras medidas, leyes agrarias para el reparto de lotes de tierra a los veteranos.
Nombrado procónsul de la Galia, llevó a cabo una política de expansión sobre los pueblos celtas no sometidos, en varias campañas, derrotando definitivamente a su líder Vercingétorix en la Batalla de Alesia. Sus conquistas extendieron el dominio romano por todo el territorio de lo que hoy es Francia, Bélgica y Holanda junto con partes de Alemania, hasta el Océano Atlántico. También dirigió varias expediciones, con diferente fortuna a Britania y a Germania.
Inmerso en la crisis política creada entre los optimates y los populares, César protagonizó el famoso cruce del río Rubicón iniciando así lo que sería la Segunda Guerra Civil de la República de Roma contra la facción conservadora del senado romano, cuyo líder militar era Pompeyo. Después de la derrota de los optimates, se convirtió en cónsul varias veces y en dictador vitalicio -dictator perpetuus- e inició una serie de reformas administrativas y económicas en Roma.
Su asesinato en los idus de marzo por un grupo de senadores, entre los cuáles estaba Bruto, tenía la intención de salvar la República ante el temor que los conspiradores tenían de que César convirtiera el Estado en algún tipo de régimen autocrático. Pero el magnicidio desató una nueva guerra civil entre los partidarios de César (Octavio, Marco Antonio y Lépido), y los defensores del statu quo anterior a César (Bruto y Casio, principalmente).
Este conflicto terminó con la victoria de los partidarios de César en la doble batalla de Filipos, y el establecimiento del Segundo Triunvirato en el cual Octavio, Marco Antonio, y Lépido se repartieron el control del Estado.
Además de sus logros políticos y militares, también destacó en oratoria y literatura. Escribió un tratado sobre astronomía, otro sobre augures y sus auspicios y un estudio sobre el latín, que no han llegado a nuestros días. Las únicas obras de él que se conservan son sus comentarios sobre la Guerra de las Galias ("De Bello Gallico") y sobre la Guerra Civil ("De Bello Civile").
Los hechos militares de César y gran parte de su vida son conocidos a través de su propia pluma, y de los relatos de autores como Suetonio, Plutarco o Eutropio.
Biografía:
Primeros años:
César nació en Roma, el 13 de julio del año 100 a. C., aunque el año de nacimiento no está claramente establecido y pudo ser en 102 a. C. o en 101 a. C. (vd. ref 2). Creció en el seno de una antigua gens de patricios, llamada Julia. Su ascendencia, de acuerdo con la leyenda, se remontaba hasta Iulo, hijo del príncipe troyano Eneas y nieto de la diosa Venus. El entronque entre la familia Julia y el legendario Yulo lo explicita el propio César en el discurso fúnebre que pronunciara en el funeral de su tía Julia.[3] En el apogeo de su poder, César inició en Roma la construcción de un templo a Venus Genetrix, en reconocimiento a su supuesta antepasada.
El patronímico César parece que puede provenir de la palabra latina "caesaries", cuyo significado es "cabellera o barba". Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la palabra cesárea no tiene nada que ver con César, ni éste nació por medio de esa cirugía.[4]
Su padre, cuyo nombre era también Cayo Julio César, alcanzó en el cursus honorum el rango de pretor,[5] pero no pudo ascender más en él al morir en campaña. Su madre era Aurelia, de la rama de los Aurelii Cottae, una familia plebeya de rango senatorial, rica e influyente. Tácito la parangonó con Cornelia, la madre de los Gracos, por su inteligencia, la pureza de sus costumbres y la nobleza de su carácter.[6]
Los Julios Césares, aunque patricios, no eran ricos para los patrones de la aristocracia romana de la época (de hecho César creció en la Subura, un barrio de clase baja de Roma) y por ese motivo ni su padre ni su abuelo obtuvieron cargos prominentes en la República, sin contar con el pretorado de su padre.
Al ser hijo único, vivió sus años de infancia en un ambiente esencialmente femenino, entre su madre y sus dos hermanas. Se le inculcó el temor a los dioses, el respeto a las leyes, las reglas de la decencia, la modestia y la frugalidad, como por otra parte se hacía con todos los varones de las gens patricias en esa época. Cuando tenía nueve años, Sexto Julio César, hermano de su padre y tío suyo, llegó a ser cónsul y dio un poco de fama a la familia. A la edad de diez años se vio confiado a un grammaticus, Marco Antonio Gnifón, galo de origen pero formado en la escuela de retóricos alejandrinos, y considerado en su tiempo como particularmente versado en las literaturas griegas y latinas. César aprendió a leer y a pensar con Homero, en la Iliada y en la Odisea, primero en la traducción latina de Livio Andrónico y luego en el texto original. Algunos fragmentos de autores contemporáneos vinieron a añadirse a esta base de literatura, que recibían de manera más o menos uniforme los jóvenes romanos de su tiempo. También tuvo que aprender oratoria y a escribir poesía.[7]
Según algunas fuentes, César padecía crisis epilépticas que le hacían perder el conocimiento y que sufría en cualquier momento; están registradas dos crisis en Suetonio y Plutarco habla de que tuvo una durante la Batalla de Tapso, única vez que se menciona una que interfiriera su capacidad de mando.[8] [9] [10] Alejandro Magno también sufrió esta enfermedad.
En el año 85 a. C. a la edad de 16 años, César sufrió una gran pérdida: su padre murió repentinamente cuando estaba en Pisa; también en esa época murió su abuelo paterno, posiblemente deprimido por el fallecimiento de su hijo, y César heredó las propiedades de sus difuntos padre y abuelo y su posición como cabeza de familia (paterfamilias). En el año 84 a. C. fue propuesto Flamen Dialis (sumo sacerdote de Júpiter) por Lucio Cornelio Cinna, aliado de Mario, y en ese momento Cónsul de la República y el padre de su esposa Cornelia Cinna minor, si bien nunca llegó a desempeñar ese sacerdocio. Tanto Mario como su padre legaron muchas de sus propiedades y riquezas al joven Cayo, además de contribuir a formarle intelectualmente.[11]
Su tía paterna Julia se casó con el general y reformador Cayo Mario, líder de la facción progresista del Senado, los populares, frecuentemente enfrentados a los optimates (conservadores). Julia tuvo un papel muy destacado en la educación y orientación del joven César. Al final de la vida de Mario, las disputas internas entre las dos facciones habían llegado al punto de ruptura. En 84 a. C. estalló una guerra civil, cuyo resultado a largo plazo fue la dictadura de Lucio Cornelio Sila.
En ése mismo año 84 adC Lucio Cornelio Cinna fue asesinado por sus soldados y Sila, tras vencer al primer cónsul Cneo Papirio Carbón y al hijo de Mario, segundo cónsul, entró en Roma. César estaba unido por lazos familiares al bando perdedor: no sólo era sobrino de Mario, sino que también estaba casado con Cornelia, hija de Cinna. Su situación era, por lo menos, insegura. Sila trató de atraerlo a su partido (siguiendo a la política exitosa que había empleado con algunos seguidores notorios de Mario) y para probar su lealtad, le ordenó divorciarse de Cornelia, pero para sorpresa del dictador, César se negó.[12]
Sila se enfureció y, a la vez que envió sicarios a capturarlo y asesinarlo, hizo anular su nombramiento al flaminado y confiscó toda su fortuna. A César no le quedó otra salida que la huida de Roma, viéndose obligado a cambiar de refugio cada noche; al no estar acostumbrado a este tipo de vida, cayó enfermo, y una noche fue sorprendido por los sicarios de Sila e identificado, pero se salvó gracias a que pagó el precio de su cabeza (dos talentos de oro). Después de este encuentro aceptó las gestiones de su familia ante Sila para obtener su perdón. Sus tíos Marco, Cayo y Lucio Aurelio Cotta, junto con las vírgenes vestales y el propio yerno de Sila, Mamerco Emilio Lépido Liviano, convencieron al Dictador de perdonarle la vida. Sila accedió de mala gana pero, según Suetonio, les dijo que ese joven a quien habían salvado la vida sería la perdición de la facción de los Optimates, en la que ellos habían luchado y que "en él veo muchos Marios".[13]
César se dio cuenta de que el perdón de Sila podía significar una corta tregua y que lo juicioso sería mantenerse lo más lejos posible de Roma, así que decidió viajar a Oriente para servir en la guerra contra Mitrídates VI del Ponto junto con el cónsul Minucio Termo. Durante el sitio de Mitilene César se dirigió a Bitinia a requerir la ayuda de la flota del rey Nicomedes IV; al parecer Nicomedes quedó tan deslumbrado por el joven mensajero romano que incluso lo invitó a descansar en su habitación y a participar en un festín donde sirvió de copero a Nicomedes durante el banquete. Esta aventura se supo en Roma y produjo un serio perjuicio a su reputación, pues decían que se había prostituido con un rey bárbaro, llegándolo a llamar la "Reina de Bitinia", si bien César lo desmintió siempre; hay que tener en cuenta que la homosexualidad pasiva era vergonzosa para los romanos y no así la activa.
César tuvo numerosas aventuras, incluso con mujeres casadas, entre las que destacan las relaciones que mantuvo con la hermana de Catón el Joven o con Cleopatra. Sus soldados bromeaban a su costa durante sus triunfos, diciéndole que fijara sus ojos en las prostitutas antes que en las matronas romanas.[14]
El resto de la campaña le valió una mejor reputación, mostrando gran capacidad de mando y un arrojo y valor personal encomiables, por los que Minucio Termo, tras la toma de Mitilene le concediera la corona cívica, la condecoración al valor más alta que se otorgaba en la República Romana.[15]
Después de la muerte de Sila en el 78 a. C., César regresó a Roma e inició una carrera como abogado en el Foro romano, dándose a conocer por su pulida oratoria. Su primer caso fue dirigido contra Cneo Cornelio Dolabela, quien era un protegido de Sila y que en el 81 había sido elegido cónsul y después al año siguiente, procónsul en Macedonia, y donde, al parecer, había malversado los fondos de Estado. Dolabela al enterarse del proceso en su contra contrató para su defensa al uno de los más ilustres abogados de la época, Quinto Hortensio (llamado "El Bailarín") y al eminente Aurelio Cotta, pero a pesar de estos formidables enemigos, César mostró su calidad de orador, que aunque no le sirvió para ganar la causa, sí le procuró la fama que buscaba.[16]
Al año siguiente unas ciudades griegas que fueron saqueadas por Cayo Antonio Hybrida durante la campaña de Sila en Grecia, le confiaron la causa a él. Habló ante el pretor Marco Terencio Varrón Lúculo con mucha elocuencia y ganó el juicio, pero Hybrida apeló a los tribunos de la plebe, los cuales ejercieron su derecho al veto, dejando en suspenso la sentencia dictada en su contra.[17]
Sin embargo, César no estaba contento consigo mismo y decidió ampliar sus estudios y viajar a Rodas para estudiar filosofía y retórica con el gramático Apolonio Molón, considerado el mejor de la época. Pero durante el viaje, su barco fue asaltado por piratas que lo raptaron. Cuando exigieron un rescate de 20 talentos de oro (un talento equivalía a 26 kilos), César se rió y los desafió a pedir 50. Treinta y ocho días después, el rescate llegó y César fue liberado después de un cautiverio bastante cómodo, durante el cuál a pesar de tratar a sus secuestradores con amabilidad, les avisó en varias ocasiones de su negro futuro. Así, recuperada su libertad, organizó una fuerza naval, capturó a los piratas en su refugio y ordenó su crucifixión sin ningún miramiento, tal como les había prometido.[18]
En el 69 a. C., Cornelia falleció al dar a luz a un niño que nació muerto y poco después César perdió a su tía Julia, viuda de Mario, de quien era muy cercano. Contrario a la costumbre de la época, César insistió en organizar sendos funerales públicos. Ambos funerales sirvieron también para desafiar las leyes de Sila, pues se exhibieron en el sepelio de Julia las imágenes de Cayo Mario y del hijo que había tenido con ella y que también había luchado contra Sila, su difunto primo, Cayo Mario el Joven, y en el sepelio de Cornelia, la imagen de su padre Lucio Cornelio Cinna. Todos ellos habían sido proscritos, y las leyes del dictador prohibían mostrar sus imágenes en público, pero César no vaciló en quebrar las reglas. Eso fue muy apreciado por los plebeyos y los que formaban la facción de los populares, y, en la misma medida, repudiado por los optimates.[19]
Ascenso político:
César fue elegido cuestor por los Comicios en el 69 a. C., con 30 años de edad, como estipulaba el cursus honorum romano. En el sorteo subsiguiente, le correspondió un cargo en la provincia romana de Hispania Ulterior, situada en lo que es hoy día Portugal y el sur de España. Según cuenta una leyenda local, en el Herakleión (el Templo de Hércules) de la ciudad de Gades (Cádiz), situado en lo que actualmente es el Islote de Sancti Petri, Julio César tuvo un sueño que le predecía el dominio del mundo después de haber llorado ante el busto de Alejandro Magno por haber cumplido su edad sin haber alcanzado un éxito importante. [20] [21] Allí, como cuestor, conoció a Lucio Cornelio Balbo "El Mayor" el cual, posteriormente, se convirtió en consejero y amigo del futuro dictador y propretor de la Hispania Ulterior en el año 61 adC, proporcionando Gades un gran apoyo a la flota romana en su campaña de Lusitania, donde Balbo ya era praefectus fabrum,esto es, una especie de jefe de ingenieros, perteneciente a la plana mayor de las legiones.
A su regreso a Roma, César prosiguió su carrera como abogado hasta ser elegido edil curul en el 65 a. C., el primer cargo del cursus honorum que se desempeñaba dentro de Roma. Las funciones de un edil pueden ser equiparadas, en cierto modo, a las de un moderno Presidente de una Junta Municipal e incluían la regulación de las construcciones, del tránsito, del comercio y otros aspectos de la vida diaria, incluidas funciones de jefe de policía. Pero el cargo podía ser también un regalo envenenado, pues incluía la organización de los juegos en el Circo Máximo, lo que, debido a lo limitado del presupuesto público, exigía la utilización de fondos personales del edil. Esto era especialmente verdad en el caso de César, que pretendía realizar juegos memorables para impulsar su carrera política. Y, de hecho, empleó todo su ingenio para conseguirlo, llegando a desviar el curso del Tíber e inundar el Circo para ofrecer una naumaquia (es decir, un combate entre barcos). Acabó el año con deudas del orden de varios cientos de talentos de oro.[22]
Sin embargo, su éxito como edil fue una ayuda importante para que, después de la muerte de Quinto Cecilio Metelo Pío en el año 63 a. C., César fuera elegido Pontifex Maximus, dignidad que dotaba al electo de enorme auctoritas y dignitas. El día de su elección había sospechas de un atentado contra él, lo que obligó a Julio César a decir a su madre: Madre, hoy verás a tu hijo muerto en el foro o vistiendo la toga del sumo pontífice. El cargo implicaba una casa nueva en el Foro, la Domus Publica, la presidencia del Colegio de Pontífices y una cierta preeminencia en la vida religiosa de Roma, así como la asunción de los deberes y derechos del paterfamilias sobre las Vírgenes Vestales.[23]
Su estreno como Pontifex Maximus fue marcado por un escándalo. Después de la muerte de Cornelia Cinna, César se había casado con Pompeya Sila (hija de Cornelia Sila y Quinto Pompeyo Rufo), nieta de Sila. Como esposa del Pontifex Maximus y una de las matronas más importantes de Roma, Pompeya era responsable de la organización de los ritos de la Bona Dea en diciembre, un evento en exclusiva para mujeres, donde los hombres no estaban admitidos a participar. Pero durante las celebraciones, Publio Clodio Pulcro (un joven líder demagogo, considerado peligroso) consiguió entrar en la casa disfrazado de mujer, movido por la lascivia para yacer con Pompeya. En respuesta a este sacrilegio, del cual ella probablemente no era culpable, Pompeya recibió una orden de divorcio. César admitió en público que él no la consideraba responsable, pero justificó su acción con la célebre máxima: La mujer de César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo.[24]
En el 63 a. C. César fue electo pretor y Marco Tulio Cicerón cónsul. Fue un año particularmente difícil no sólo para César, sino también para Roma. Durante su consulado, Cicerón reveló una conspiración para destituír a los magistrados electos y reducir la funcionalidad del Senado, liderada por Lucio Sergio Catilina, un patricio frustrado por su falta de éxito político. Si bien no se celebró juicio contra ellos, en el sentido estricto del término, lo cierto es que casi todos los acusados en la conspiración estuvieron presentes en las sesiones del Senado en las que se les "juzgó"; en la tercera reunión, Cicerón descargó su responsabilidad sobre la curia haciendo que los senadores debatieran la pena a la que habría de condenarse a los conjurados. El resultado fue una sentencia de muerte para cinco prominentes romanos aliados de Catilina y para el propio Catilina. [25]
César se opuso a esta medida usando para esos fines su mejor oratoria, pero fue vencido por la insistencia de Marco Porcio Catón el Joven y los 5 hombres fueron ejecutados ese mismo día. Fue también en esta dramática reunión del Senado que el romance de César con Servilia Cepionis, hermana de Marco Porcio Catón, salió a la luz. Los opositores políticos de César lo acusaron de formar parte de la conspiración de Lucio Sergio Catilina, lo que nunca fue probado ni perjudicó su carrera. Después de su complicado año como pretor, César fue nombrado propretor de Hispania Ulterior.[25]
El primer triunvirato:
César destacó notablemente en su gestión en Hispania, convirtiendo su mandato de gobernador en un gran éxito. Lidero una pequeña y rápida guerra en el norte de Lusitania que le bastó para pagar sus deudas y ganarse un buen crédito como líder militar. Por todo ello el Senado le concedió una ovación, honor importante pero un grado menor que el triunfo. Esta situación ideal chocaba con la angustiada situación de Pompeyo. César abandonó su provincia antes incluso de la llegada de su sustituto, marchó a Roma con celeridad, y llegó al Campo de Marte teniéndose que detener, -pues aún detentaba el imperium- hasta haber celebrado la ovación. Se instaló en la Villa Pública ante la imposibilidad de entrar en Roma y se apresuró en presentar su candidatura al consulado por persona interpuesta. Tras demorarse un día, parecía que el Senado no tendría problemas en validarla.
Catón, reacio a que un político popular radical obtuviese el consulado, y sabiendo que se debía votar antes de la puesta del Sol, siguió hablando hasta bien entrada la noche. César decidió prescindir de los laureles de su triunfo militar y presentarse personalmente como candidato. Tras no haber podido neutralizar la entrada de César en las elecciones, Catón se movió rápidamente para encontrar un candidato que equilibrase la balanza, siendo este candidato afín a las ideas conservadoras, con el fin de contrarrestar las medidas que César pudiese tomar.[26] Pompeyo mientras tanto había empezado a repartir dinero entre su clientela y votantes, gastando cuanto fuese necesario para comprar los dos consulados. Mientras, Craso eligió como candidato a su yerno Marco Calpurnio Bibulo, quien para los optimates interpretaba el papel de salvador de la República. Tan grave le debió de parecer a Catón la situación, que miró para otro lado cuando Bíbulo competió directamente con los agentes de Pompeyo repartiendo sobornos. En las elecciones del año 59 a. C. César fue primero con diferencia y Bíbulo ganó el segundo puesto.
Todo parecía transcurrir con naturalidad para los conservadores. Catón, tras bloquear políticamente a Pompeyo, y ante la perspectiva para él inaceptable de permitir que un hombre como César, según su visión tan sediento de gloria y con dotes militares, fuese gobernador de una provincia, inició maniobras para evitarlo. Planteó al Senado que una vez acabado el mandato de los cónsules, y estando Italia plagada de forajidos y bandidos tan sólo diez años después de la rebelión de Espartaco, encargar a los cónsules que acabaran con ellos en una misión de un año de duración. El Senado acogió favorablemente la idea, que se convirtió en ley. La voluntad de Catón se cumplió perfectamente y parecía que César terminaría su consulado como policía de entre aldeanos y pastores italianos.[27]
Esta decisión no obstante fue arriesgada, pero al tomarla Catón se aseguraba de que si César no la aceptaba tendría que recurrir a la fuerza para revocarla y sería declarado un criminal, un segundo Catilina. La estrategia de Catón consinstió siempre en identificarse con la tradición y arrinconar a sus enemigos contra ella hasta obligarles a tomar el papel de revolucionarios. En el senado los aliados de los conservadores liderados por Catón mantenían una mayoría sólida, contando con Craso y su poderoso bloque, pues todo el mundo esperaba que Craso se opusiese a cualquier medida de Pompeyo.
En la primera reunión del Senado durante el consulado de César, éste trato de ofrecer un generoso acuerdo para recompensar a los veteranos de Pompeyo. Catón no se dejo seducir y empezó a utilizar su táctica favorita. Habló y habló hasta que César le impidió segur indicándoles con un gesto de la cabeza a sus lictores que se lo llevaran, al verlo, los senadores comenzaron a abandonar sus puestos. César les exigió saber por qué se marchaban.
Porque prefiero estar en la cárcel con Catón , que en el senado contigo.contestó uno de ellos.
César se vio obligado a rectificar. Pero su retirada fue puramente estratégica: llevó la campaña de su ley agraria directamente ante los Comicios. Roma empezó a llenarse de veteranos, lo que alarmó a los conservadores. César podía hacer aprobar la propuesta por el pueblo con fuerza de ley, pero ir contra la voluntad del Senado era una táctica poco ortodoxa, que arruinaría su crédito entre sus colegas y su carrera habría terminado. La estrategia de César se desveló en la recta final de la votación: no sorprendió a nadie que la primera persona en hablar en favor de sus veteranos fuese Pompeyo; pero la identidad de la segunda persona que apoyó la moción fue toda una bomba: Marco Licinio Craso. Catón, desbordado, vió como caían todas sus esperanzas. Juntos los tres hombres, podrían repartirse la República como gustasen.[29] Los historiadores designan esta unión como el primer triunvirato, o el gobierno de los tres hombres. Para confirmar la alianza, Pompeyo se casó con Julia Caesaris, la única hija de César, y a pesar de la diferencia de edades y ambiente social, el matrimonio fue un éxito.[30]
Marco Bíbulo y Catón iniciaron una estrategia en la retaguardia, Bíbulo optó por retirarse de toda la vida política, aunque sin renunciar a su magistratura, con el pretexto de dedicarse a la observación de los cielos en busca de presagios.[31] Esta decisión, aparentemente de espíritu religioso, estaba destinada a impedir a César aprobar leyes durante su consulado, pero éste ignoraba sistemáticamente los augurios que publicaba diariamente Bíbulo, y se apoyó para la toma de decisiones en los tribunos de la plebe. Como es sabido, los romanos denominaban a sus años por el nombre de los dos cónsules que regían dicho período. El año 59, tras la nula participación de Bíbulo, fue llamado por los propios romanos (con sentido del humor) el "año de Julio y César".[31]
La Guerra de las Galias.
Tras un año difícil como cónsul, César recibió poderes proconsulares para gobernar las provincias de Galia Transalpina (actualmente el sur de Francia) e Iliria (la costa de Dalmacia) durante cinco años. A éstas se añadió la Galia Cisalpina tras la muerte inesperada de su gobernador. Probablemente, César, siguiendo la típica mentalidad del procónsul romano, no tenía intenciones de gobernar pacíficamente, pues estaba necesitado de bienes para pagar las fabulosas sumas que adeudaba.
La oportunidad se le presentó mediante una teórica amenaza de los helvecios, que pensaban emigrar al oeste de las Galias; decidido a impedirlo y con la política excusa de que se acercarían demasiado a la Provincia -los helvecios querían instalarse en pago Santón, al norte de la Aquitania- reclutó tropas e inició las operaciones bélicas que, a la postre, darían lugar a lo que más tarde se denominó Guerra de las Galias (58 a. C. - 49 a. C.), en la que conquistó la llamada Galia Comata o Galia melenuda (actualmente Francia, Holanda, Suiza y partes de Bélgica y Alemania ), en varias campañas; hizo una demostración de fuerza construyendo dos veces un puente sobre el Rhin e invadiendo en dos ocasiones Germania sin intención de conquistarla, e hizo otro alarde de fortaleza invadiendo también por dos veces las Islas Británicas, si bien es cierto que estas dos invasiones tenían un sentido más estratégico que colonial.
Entre sus legados (comandantes de legión) se contaban sus primos Lucio Julio César y Marco Antonio, así cómo Titus Labienus (Tito Labieno) y Quintus Tullius Cicero (Quinto Tulio Cicerón) (el hermano más joven de Marco Tulio Cicerón), todos hombres que habrían de ser personajes importantes en los años siguientes.
En materia de tácticas, Julio César usó con gran resultado la táctica de la guerra relámpago, a la que se conoció como celeritas caesaris, o «rapidez cesariana», aparte de su genio militar tanto en batallas campales como en asedio de ciudades. Además supo conjugar sabiamente la fuerza, la diplomacia y el manejo de las rencillas internas de las tribus galas, para separarlas y vencerlas.
César derrotó pueblos como los helvecios en 58 a. C., a la confederación belga y a los nervios en 57 a. C. y a los vénetos en 56 a. C. Finalmente, en 52 a. C., César venció a una confederación de tribus galas lideradas por Vercingetorix en la batalla de Alesia. Sus crónicas personales de la campaña están registradas en sus Comentarios a la Guerra de las Galias (De Bello Gallico).
De acuerdo con Plutarco, la guerra se cerró con un balance de 800 ciudades tomadas (como la de Avarico, en la cual de los 40.000 defensores, solo quedaron 800), 300 tribus sometidas, un millón de galos reducidos a la esclavitud y otros tres millones muertos en los campos de batalla, aunque las cifras de los antiguos historiadores deben tomarse con mucha precaución, incluidas las del propio Julio César.
Utilizó en varias ocasiones la táctica de sorprender al enemigo apareciendo como por ensalmo delante de sus contrincantes y, a despecho de los días de marcha, hacía que sus soldados se enfrentasen directamente al adversario, pese a que éste consideraba que el cansancio invalidaría el empuje de sus legiones. Fue igualmente brillante en los asedios de ciudades, llegando al culmen en el sitio de Alesia en dónde ordenó construir una doble línea de fortificaciones de varios kilómetros de extensión, para blindarse frente a los casi trescientos mil galos que intentaban ayudar a los ochenta mil asediados soldados de Vercingetórix a los que César tenía acosados dentro de la plaza fuerte. César, con menos de cincuenta mil efectivos correspondientes a diez legiones nunca completas tras ocho años de guerras en las Galias, venció a unos y a otros en la misma batalla en la que se decidió el destino de los galos.
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