lunes, 23 de marzo de 2009

Anticlericalismo

El anticlericalismo es un movimiento histórico contrario al clericalismo, es decir, a la influencia excesiva de las instituciones religiosas en los asuntos políticos.

Características :

El anticlericalismo sostiene que las creencias religiosas pertenecen al ámbito exclusivamente privado del ciudadano, por lo que las organizaciones que las sustentan, al formarse como instituciones, ejercen influencias intolerantes y, por tanto, indeseables, política y públicamente, en el conjunto social. Surge como respuesta a la existencia de un clericalismo integrista o poder teocrático sustentado por una casta sacerdotal.
También se denomina como anticlericales a quienes, aun manteniendo creencias religiosas, cuestionan el papel de mediador que ejerce el clero en la profesión de fe.
En un sentido estricto, el anticlericalismo es un laicismo combatiente y activo que trata de mantener dentro del ámbito o esfera personal e individual toda convicción religiosa. Las derivaciones de este pensamiento han sido muchas: en unos casos el movimiento anticlerical ha ido acompañado de actos violentos contra edificios o arte religioso (iconoclastia) o contra las personas; en otros, por el contrario, ha tenido un contenido más intelectual y político y ha sido asumido por ilustrados como Voltaire, filósofos como Friedrich Nietzsche, hijo de un clérigo protestante, y por ideologías como la francmasonería, el liberalismo, el anarquismo y el comunismo.

Historia:

Aunque el anticlericalismo ha existido en todas las épocas y en todas las religiones que han contado con un clero sacerdotal, en Europa se desarrolló fundamentalmente a partir del siglo XVI con las obras de los humanistas y en particular con la del filoprotestante Erasmo de Rotterdam, quien era, además, hijo de un cura. Fue Maquiavelo quien postuló por primera vez que la Política era una realidad ajena de toda Moral, separando claramente Estado e Iglesia. Pero fue en la Ilustración cuando los filósofos, como Diderot y sobre todo Voltaire, atacaron de forma sistemática a la Iglesia católica y a los sacerdotes, siendo una de las más claras consecuencias de este movimiento la expulsión de los jesuitas en países como España y Francia entre otros. El discutible y represor celibato católico, la existencia de una Inquisición intolerante hasta la pena de muerte y de un Índice de libros prohibidos que restringía la libertad del pensamiento y el hecho de que no existiera una educación laica, de lo que la iglesia se aprovechaba para reservarse los mejores talentos, todo fue visto como una rémora para el progreso y la Ilustración del pueblo. Por otra parte, y desde un punto de vista económico, la Iglesia católica detentaba, como heredera de los bienes "de manos muertas", una inmensa cantidad de tierras que no se ocupaba en hacer cultivar, paralizando la economía; a ello se iba oponiendo la naciente burguesía partidaria de una desamortización de tales bienes.


Por esto el anticlericalismo se incrementó durante la Revolución Francesa; (Stanislas-Marie Maillard, héroe de la Bastilla, mató a 3 obispos, 120 curas y 50 religiosos), en particular durante el Terror de Robespierre; se hizo más práctico durante las sucesivas revoluciones burguesas (1820, 1830, 1848) y continuó con la irrupción del Marxismo. En todos los casos, la defensa por parte de la Iglesia de los modelos absolutistas y de las acciones represivas contra los movimientos obreros, así como de la tradición de estar del lado del poder político o económico, fueron causa para que el anticlericalismo se invistiera de contenido social. Las manifestaciones anticlericales condenaron de forma tajante la participación de la iglesia en cualquier ámbito del poder político, especialmente en la educación.
En Francia hasta 1905, cuando merced al impulso anticlerical de la Tercera República y de los principios auspiciados por Émile Combes se disuelven varias órdenes religiosas y se cierran centros educativos católicos, esta confesión junto al judaísmo y el protestantismo era enseñada en todos los centros educativos públicos. La defensa por parte de la jerarquía católica de la vuelta a la monarquía, así como su participación en movimientos contrarevolucionarios y antisemitas, provocaron una reacción intelectual que abogaba por la separación entre la Iglesia y el Estado. Hay quien sostiene éste como un movimiento anticlerical, aunque refleja formas más próximas al laicismo.
En la Masonería, una parte de los masónes no solamente profesan el laicismo pero también el anticlericalismo, oponiéndose filosóficamente, doctrinalmente y políticamente al cristianismo.
En España los movimientos anticlericales surgen con más fuerza en el segundo tercio del siglo XIX, aunque ya con anterioridad en el periodo de la Ilustración hubo tensiones graves entre el poder político y el religioso. En diversas ocasiones fueron expulsados los jesuitas, aunque no sería hasta la Segunda República cuando se pondría de manifiesto el anticlericalismo en sus formas más violentas como consecuencia del apoyo que prestaba la Iglesia a los movimientos reaccionarios y a la sublevación militar del 17 de julio de 1936 que dio origen a la Guerra Civil.
En otros países europeos como Portugal, y americanos como México, hubo fuertes movimientos anticlericales. En la actualidad, resurge el anticlericalismo impulsado por el escaso progreso de la iglesia en cuestiones sexuales y en la igualdad de género (no admite el sacerdocio femenino e interpreta la Biblia desde el punto de vista del machismo) y su poco elegante actitud en cuestiones como la homosexualidad, el ecumenismo y la cuestión social.

El anticlericalismo en España :

Antes de infligir sus propias persecuciones a heterodoxos y clérigos judíos, moriscos, protestantes e indígenas por medio de la Inquisición, el clero católico padeció diez persecuciones durante el Imperio Romano, que serían evocadas luego a partir del siglo XVIII cuando los avances del laicismo empezaron a descristianizar Europa. Aunque en la Edad Media española pueden contemplarse ocasionalmente brotes de crítica anticlerical, relacionados con el Goliardismo, como en el caso de la obra de Juan Ruiz, por parte del bajo clero contra el alto o contra las posturas integristas de Roma, o en otro tipo de obras de sesgo satírico y crítico, no necesariamente escritas por cristianos, las primeras obras íntegramente anticlericales se encuentran en el Renacimiento como derivaciones del Humanismo en versión de Erasmo de Rotterdam: El diálogo de Mercurio y Carón de Alfonso de Valdés o los dos lazarillos, el Lazarillo de Tormes anónimo y el barroco compuesto por el protestante Juan de Luna. Pese a la represión ejercida por el Santo Oficio, es posible encontrar anticlericalismo soterrado en obras como El diablo predicador de Luis Belmonte Bermúdez, en la obra perdida de frey Miguel Cejudo y en el popular Refranero. El clero católico, no perseguido de momento, aprovecha para perseguir los restos de judaísmo, de islamismo, de protestantismo y de librepensamiento que permanecían en España.
Durante el siglo XVIII, aún activa la Inquisición, algo de anticlericalismo hay en la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias zotes del padre José Francisco de Isla, prohibida por ésta; es expulsada la Compañía de Jesús por Carlos III y el afrancesado Luis Gutiérrez compone la famosa y también prohibida novela anticlerical Cornelia Bororquia. Goya se muestra anticlerical en sus grabados y el afrancesado Pablo de Jérica ataca al clero ocioso:


Aquí fray Diego reposa;
en su vida hizo otra cosa.

Durante el Trienio Liberal se estrenan algunas obras anticlericales traducidas del francés y se vuelve a publicar el Diccionario crítico-burlesco de Bartolomé Gallardo. Pero el primer hecho verdaderamente anticlerical es el asesinato del cura de Tamajón Matías Vinuesa, capellán de honor del rey, quien fue descubierto en una conspiración absolutista en Madrid; fue juzgado y condenado a diez años de presidio cuando la gente esperaba que fuera sentenciado a la pena de horca y una multitud, sin duda dirigida, asaltó la cárcel y lo asesinó a martillazos el 4 de mayo de 1821. Por otra parte las partidas absolutistas y anticonstitucionales acaudilladas por sacerdotes o frailes proliferaban por toda España formando una guerra civil no declarada: los curas Jerónimo Merino y Salazar, por ejemplo, pero también El Trapense, que actuó en Cataluña y tomó la Seo de Urgel el 21 de junio de 1822 proclamando la Regencia con un crucifijo en la mano y sable y pistolas a la cintura; recorría Cataluña sembrándola de cadáveres, como ocurrió en Cervera, a la que prendió fuego por dos ángulos opuestos y vengó a los capuchinos que los liberales habían matado respondiendo a sus disparos desde el convento. Los liberales quemaron en Barcelona la proclama de la Regencia y asaltaron los conventos de frailes con el resultado de más de 50 muertos y lo mismo ocurrió en Valencia o en Orihuela, y la violencia iba en aumento hasta el asesinato del obispo de Vich, el fusilamiento de 25 frailes en Manresa o el asalto de campesinos incontrolados al monasterio de Poblet, profanando las tumbas y talando el bosque. En el verano de 1834 tuvo lugar una gran matanza de frailes en Madrid, en la que 73 fueron asesinados y otros 11 resultaron heridos durante la jornada del 17 de julio, cuando el cólera estaba en su máximo apogeo se corrió la voz de que la enfermedad había sido provocada por una cigarreras a las que los jesuitas habían dado unos polvos de veneno. Se desató el frenesí asesino a las cuatro de la tarde y la multitud fue recorriendo los conventos sin que las tropas interviniesen para impedirlo. Al día siguiente regresó la calma. Detrás del motín se hallaban los liberales más radicales, muchos de los cuales terminarían momentáneamente en la cárcel; y la motivación era su impaciencia con el Gobierno del Estatuto Real, que no colmaba sus aspiraciones, especialmente la desamortización y la recuperación de las tierras compradas durante el Trienio y retornadas por Fernando VII a sus antiguos dueños. En realidad la epidemia la trajo el Ejército isabelino, que venía de la frontera portuguesa. Los motines que hubo en 1835 tenían un objetivo bien claro: los frailes y sus posesiones, no el clero y, menos aún, la religión. Otra cosa es la narración que de esos hechos hicieron los clérigos. Muy pronto la Iglesia reconocería de hecho la situación con la firma del Concordato de 1851. Antonio Gil y Zárate estrena su Carlos II el Hechizado, donde el personaje de su confesor es indudable e inequívocamente perverso y malvado. Las primeras desamortizaciones destruyen considerablemente el patrimonio arquitectónico y dispersan parte del patrimonio cultural. Algunas revueltas populares supersticiosas empiezan a sacrificar a religiosos regulares y seculares.

Aparecen escritores anticlericales como Braulio Foz, Eduardo López Bago y, al menos en sus comienzos, Benito Pérez Galdós (Doña Perfecta, Gloria) y Leopoldo Alas, "Clarín". Se editan en el último tercio de siglo los primeros periódicos anticlericales: El Motín, dirigido por el escritor José Nakens, y Las Dominicales del Libre Pensamiento, por Ramón Chíes y Fernando Lozano. En esta prensa colaboran escritores independientes y anticlericales como José Ferrándiz, Antonio Rodríguez García Vao, Rosario de Acuña. El socialista utópico Fernando Garrido publica ¡Pobres jesuitas! contra la Compañía de Jesús. Un gran movimiento filosófico, espiritual y pedagógico, el Krausismo, se instala en España y, con él, un laicismo fundamental que propugna el anticlericalismo a través de organismos como la Institución Libre de Enseñanza. Francisco Ferrer Guardia crea, por su parte, una escuela laica. El acontecimiento anticlerical que destaca en el periodo fue la Semana Trágica de Barcelona, en 1909. El descontento popular por la leva de reservistas para la guerra en Marruecos auspició la destrucción de 112 edificios religiosos, incitados por los radicales de Lerroux, que dirigieron hacia allí su acción; sin embargo se sintonizaba con el anticlericalismo popular, cada vez más alejado de la Iglesia. En la Revolución de octubre de 1934 el clero fue ya un objetivo decidido de los revolucionarios. La estadística oficial que elaboró la Dirección General de Seguridad da la cifra de 37 eclesiásticos muertos o asesinados y 58 iglesias destruidas; en Moreda de Aller, los sindicatos católicos se enfrentaron a tiros con los revolucionarios.
En el siglo XX escriben anticlericales como Pío Baroja y Vicente Blasco Ibáñez. Ramón Pérez de Ayala escribe su novela antijesuita A.M.D.G. y Joaquín Belda Los nietos de San Ignacio. El que será presidente de la Segunda República Manuel Azaña escribe El jardín de los frailes y traduce La Biblia en España de George Borrow. Se queman casi todas las iglesias de Málaga y otros lugares ante la indiferencia del Gobierno, y estalla la Guerra Civil; el bando fascista persuadirá a la iglesia para que la denomine Cruzada. La Iglesia española, sin embargo, estaba dividida, y, por ejemplo, apoyó a la República en el País Vasco. El caso es que, en respuesta a esta toma de partido, mucho clero secular y regular fue asesinado y otro fue represaliado; 6.800 religiosos de una población total de 30.000 fue asesinada. También el patrimonio artístico (arquitectura, escultura, pintura...) y cultural -archivos parroquiales y bibliotecas- sufrió una importante destrucción.

de wikipedia

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